En Dubuque, Iowa, sonreí ante los podofolios (mayapples), verde y blanco a la sombra, un bordado fractal. De donde soy, en las colinas de Carolina del Norte, las hojas ya cayeron y la mayoría de las flores se volvieron frutos inmaduros. En cada lugar, los meses significan algo distinto. A los brotes y los bichos, no les importa nuestro calendario estándar. Migrando por tierra también significa viajar en el tiempo, sobre todo cuando uno se encuentra en la región Driftless del Medio Oeste superior.
Abarcando cuatro estados del Medio Oeste, normalmente definidos por su llanura, la Driftless es un antiguo santuario de colinas. Cuando la avalancha glaciar se dirigió hacia el sur, la piedra de la región formó una contracorriente que se salvó del hielo interminable. Una isla de sabana, pradera y karst acogió a los refugiados de la Edad de Hielo, a muchas especies y pueblos indígenas, incluidos los sauk y los fox (meskwaki).
Una residencia artística apoyada y facilitada por AgArts me llevó a este santuario. Mi trabajo consistía en entrevistar y filmar a agricultores inmigrantes sin tierra de la zona, en particular a un grupo de indígenas ixiles guatemaltecos que cultivaban alimentos en la granja New Hope.
Una falda de serpientes. Después de un año de investigación a distancia, intenté olvidar todas las videollamadas, mapas de zonificación y trivialidades históricas que había acumulado en la preparación. La preparación tiene su función, pero también es un anzuelo que me aleja de una conversación y me lleva al contexto alejado de la realidad.
Reservaba con antelación una semana llena de entrevistas y visitas al campo. Empiezo con una misa. En la iglesia católica de San Patricio, los fieles recorren el pasillo llevando flores a la Virgen de Guadalupe. Con sólo un metro de altura, la humilde María se ve aún más pequeña por el resto de la iconografía del santuario: el altar dorado de Jesús en el centro del escenario, una segunda María de madera tallada que pisa descalza una serpiente, y una tercera, la trágica María de mármol que sostiene a Jesús después de la crucifixión. Este día, toda la atención de la congregación hispanohablante se centra en la pequeña figura vestida con un manto verde y estrellado.
Muchos creyentes ven a la Virgen de Guadalupe como una manifestación de la María, madre de Jesús, que se apareció en el siglo XVI a Juan Diego, un campesino indígena. Otros argumentan un contexto más político, que la figura es una apropiación católica española de la diosa náhuatl Tonantzin o Cōātlīcue. La Madre Tierra, diosa de la fertilidad, está vestida con una falda de serpientes. La erudita chicana Ana Andalzua escribe que Guadalupe es una bastardización española de la forma en que la aparición se presentó en náhuatl – María Coatlaxopeuh, “la que tiene dominio sobre las serpientes” o “la que es una con las bestias.”
Después de la misa, me uno a la fiesta debajo de la iglesia. Arroz con tomate, frijoles refritos, pollo guisado, y un montón de melón. Algo que me encanta de la cultura mexicana es que, al entrar en una casa o habitación, uno debe saludar a cada persona individualmente. Nada de la cultura fría que es muy típica con gente blanca en este país — los saludos a medias, sonrisas o miradas rápidas desde el otro lado de la habitación. No se espere para presentarse hasta encontrarse por casualidad junto al cubo de la basura. Tengo que mover con intención, la conversación vendrá después. Estrecho suavemente la mano y miro a cada persona a los ojos. Las presentaciones inmediatas alivian gran parte de la incómoda energía de las fiestas a la que nos hemos acostumbrado en la cultura blanca.
En menos de diez minutos, estoy platicando con una docena de familias inmigrantes sobre sus experiencias al vivir en la región, encontrar una comunidad y luchar por mantener el idioma y la cultura en medio de las horas extraordinarias, el miedo a la policía y las ecuelas públicas en inglés.
No estaba solo. En Iowa me esperaban colaboradores y anfitriones. Mary y Rick Moody me recibieron en su casa de New Hope Farm. Su casa es un centro adaptable para la conexión. Como una antigua granja del Trabajador Católico, New Hope mantiene el generoso anarquismo del movimiento de Dorothy Day, ofreciendo tierra a los campesinos sin tierra y un santuario para artistas, escritores y todos los que necesitan paz. Mary es una cuidadora de la tierra y la comunidad, que atrae y cultiva un lugar al que todos pueden pertenecer.
Marion Edwards proporcionó la base técnica para este trabajo, organizando el equipamiento de filmación. Saludaba a todos los que conocimos con entusiasmo y compasión, invitando a nuestros entrevistados a contar historias con un contacto visual constante. Durante el tiempo que pasamos juntos, Marion y yo hablamos de su propio trabajo de investigación sobre la historia de las empresas y la propiedad de tierras afroamericanas en Dubuque. Su intención es ampliar ese trabajo para investigar la historia y el futuro de los agricultores negros del Medio Oeste.
Miriam Alarcón Avila es una fotógrafa de Iowa City con quien soñaba y organizaba los principios básicos de este trabajo a partir del verano pasado. Nuestras llamadas ahondaban en el trauma de la colonización y en las formas en que nuestros cuerpos y el sistema alimentario expresan esa violencia. Miriam entrelaza rápidamente sus propias historias con las de las demás, convirtiendo la empatía en una narración colaborativa. Pone en escena sus fotografías proporcionando un marco suelto y permitiendo que los participantes exploren la extensión, traspasando fronteras.
Todas estas conexiones con personas y lugares se deben a AgArts. Mary Swander está fomentando una red de personas que revolucionan los sistemas alimentarios e inyectan creatividad en las comunidades rurales. Gracias a su apoyo, las tierras de Driftless y mi Piamonte están ahora unidas y son solidarias.
Madres desplazadas. Magdalena Gomez y yo nos conocimos en los invernaderos situados detrás de la Misión de Rescate de Dubuque. Con su bebé bien envuelto contra la cadera en un txo’, un rebozo, a rayas rojas, azules y negras, plantaba semillas en bandejas y nos contaba su historia con el proyecto. Estas son algunas de mis imágenes favoritas.
En la granja New Hope escucho más historias de Magdalena, esta vez de su propia infancia, mientras ella y su cuñada Elena hacen tortillas a mano y preparan el almuerzo para el día de trabajo.
Papas
por Magdalena
Casi toda la semilla,
mi mamá le gusta sembrar todo.
Adora mucha la semilla…
Ella nos llevaba todos
así de niños,
nos enseña de
de hacer hoyos
para poner las papas
como sembrarlo
ella hace los hoyos
grandes (brazos hace un círculo)
y luego
más grande así (extiende los brazos)
largo
y luego le ponemos
papas papas papas así
Y luego, este,
otro le tira, este,
tierra encima la semilla
Es algo bonito, porque
nos divertíamos junto con mi mamá
para sembrarlo todos
yo, con mis hermanitos, mis hermanitas, todos.
Y…
muy feliz.
Potatoes
by Magdalena
Pretty much every sort of seed,
my mama liked growing it all.
She loves it…
She took us all
as children,
she teaches us
to make the holes
for the potatoes
how to plant them
she digs the holes
big ones (arms form a circle)
and then
big like (arms extending)
long
And then, we put
potatoes, potatoes, potatoes, just like that
And then, right,
someone else chucks, right,
soil on top
It’s a nice thing, because
we had fun together with my mama
planting it all,
me, with my little brothers, my little sisters, all together.
And…
very happy.
Cuando converso en español, a menudo me resulta difícil describir algo que recuerdo en inglés. Grabada en mi lengua materna, es un acto de doble traducción recordar, reescribir en mi mente y luego enunciar la tradición familiar y los recuerdos formativos. Magdalena no sabía hablar español hasta que tenía 19 años y ya vivía en Estados Unidos.rn Spanish until she was 19 years old and already living in the United States.
Su lengua materna es el ixil, una lengua maya. Durante los 36 años de guerra civil en Guatemala, la población indígena maya sufrió un genocidio a manos de fuerzas de seguridad paramilitares y gubernamentales entrenadas, financiadas y armadas por Estados Unidos. En total, entre 140.000 y 200.000 personas fueron asesinadas, el 83% de ellas mayas. Un cable de la CIA de 1992 confirmó su conocimiento de la violencia genocida: “varias aldeas han sido quemadas hasta los cimientos”. El informe continuaba: “La creencia bien documentada por parte del ejército de que toda la población indígena ixil es [pro guerrilla] ha creado una situación en la que cabe esperar que el ejército no dé cuartel a combatientes y no combatientes por igual.”
Magdalena se crió en los últimos años de la guerra, que terminó formalmente en 1996. Recuerda las historias familiares de esconderse en cuevas durante las incursiones militares.
La guerra civil es sólo la última tragedia de una larga serie de violencia imperial. Los Estados Unidos empezó a apoyar a dictaduras en Guatemala a partir de 1890, fomentando el robo de tierras comunales indígenas por parte del gobierno. La agricultura biodiversa de subsistencia fue sustituida por plantaciones masivas de cultivos comerciales como el café y la fruta. En 1950, la United Fruit Company, ahora la omnipresente marca de plátanos Chiquita, era el mayor patrón de tierra en todo Guatemala. Tras un breve periodo revolucionario de redistribución de la tierra y política pro-sindical, un golpe de estado en 1954 devolvió la nación al régimen militar pro-empresarial, como planeado por el gobierno estadounidense. Ante el robo de sus tierras y los abusos de las empresas extranjeras, muchos campesinos se convirtieron en defensores guerrillas, dando lugar a tres décadas de guerra civil.
Mientras Magdalena traduce la memoria, observo en sus ojos la maquinaria desajustada que buscaba el contacto entre el español y el dialecto ixil. Moviendo los brazos con gestos precisos y amplios, dibuja la geografía de su lugar de nacimiento en las colinas del norte de Guatemala. Magdalena es indígena y inmigrante. De una tierra y exiliada de ella. Su cultura sobrevive al exterminio, pero sigue sin curación completa tras décadas de robo de tierras y violencia. El gobierno estadounidense no ha concedido ningún apoyo de culpa a las familias de las víctimas y sigue formando y financiando regímenes autoritarios en todo el mundo. Como los indígenas rurales por todo el mundo, los jóvenes ixiles se enfrentan a la decisión imposible de mantener la agricultura ancestral en tierras rotas o emigrar y muchas veces dejar a sus familias. Magdalena tomó esa decisión siendo adolescente. Su cuñado Davíd llegó a Estados Unidos con 15 años.
Magdalena nos describe su relación con su difunta madre a Miriam y yo. Sus sonrisas brillantes brotaban más allá de las palabras. Las fronteras y las semanas laborales de 60 horas le impidieron visitarla en sus últimos días y asistir al funeral.
Hay una frontera que me da miedo cruzar, fortalecida por los muros y el entrenamiento de la masculinidad, la blancura y el periodismo. Cuando Magdalena empieza a llorar, sigo filmando. Pero Miriam no duda, entra en el encuadre y sostiene la cabeza de Magdalena contra su pecho.
Sin Tierra. Sobre la llanura aluvial de Dubuque, porches de celosías intrincadas se asoman a torres vacilantes. Más allá de las torres, hay vías, casinos y agua. El gran río reclama y oscurece la ciudad. Uno no debe visitar los diques por la noche. Un tren puede detenerse sin contemplaciones y atraparle contra la orilla hasta la mañana siguiente.
Hay un trozo de tierra, ahí arriba, en el borde de los acantilados orientados al amanecer. Desde aquí podría lanzar una piedra por encima de las torres y cruzar el Mississippi hasta Wisconsin.
La mayor parte del terreno es pasto, con dientes de león y violetas dispersos. Donde la pendiente se aplana por un ratito, una mesita y unas sillas blancas descoloridas marcan el jardín González. La familia cortó un cuadrado de 20 x 20 del césped hace unos años. Estoy con Eri, Alejandro y su hija Wendy en una mañana fresca y nublada. Es hora de limpiar la parcela.
La familia corta y arranca la artemisa, el muelle y los dientes de león. Guarda la verdolaga y le digo que la artemisa hace un té para soñar. Con la azada inclinada, Eri golpea la tierra y arroja cada planta al centro del jardín. Se levanta un montón de plantas desarraigadas. Dentro de una semana, la familia formará una berma con los restos marchitos a lo largo de la ladera.
El terreno no es suyo. Es propiedad de una mujer en una de esas hermosas casas victorianas encaramado en el acantilado. No es la Granja Nueva Esperanza. Del mismo modo, es tierra ofrecida a los sin tierra. Pero la generosidad suena diferente aquí. La propietaria es miembro del consejo de varias organizaciones. Cuando era chica, tenía un puesto en el mercado agrícola local. Hace unos años, el terreno se puso a la venta y ella no quería que su panorama se viera bloqueado por apartamentos para estudiantes universitarios. A través de la iglesia católica, conoció a la familia González y a otras familias guatemaltecas y pensó que les gustaría cultivar un huerto allí. Tiene intención de mudarse pronto y aún no ha decidido si venderá el terreno. O tal vez construir una casita para ella y dejar que la familia siga cultivando.
Luchar por – to hustle for / to fight for / to struggle for. Davíd y Jacinto chambean en la tierra en la granja New Hope. Magdalena y Elena saldrán más tarde al campo, y ahora están preparando el almuerzo. Semillas de rábano y acelga apretadas y liberadas en filas. Tortillas gruesas palmeadas a mano, volteadas a mano. Es día de siembra en la Granja Nueva Esperanza.
Los recuerdos de los cuatro fluyen más fácilmente mientras realizan estas tareas familiares. Las entrevistas escenificadas se esfuerzan por invitar a sus ojos fundidos y sonrisas rápidas. Correr delante de sus padres a la granja familiar, el canto de los pájaros y la sensación de frescor de la tierra al hacer agujeros para las papas. Invocan las colinas de Guatemala a los Driftless. Allá, la tierra es familiar. Sigue siendo miembro del pueblo ixil por muchas generaciones, enseñando y escuchando. También es una lucha. Defender esa tierra y mantenerla para el futuro sigue exigiendo tanto trabajo político como el trabajo físico y mental de la agricultura.
Ahora, a 3.000 kilómetros directamente al norte de sus tierras natales, la comunidad ixil de Dubuque se está adaptando a las nuevas luchas por la tierra. El frío supone un ajuste drástico. En New Hope, la acelga sustituya a las hojas de maíz para hacer el sub’ y lakataama (los tamales), porque la acelga está disponible durante una temporada mucho más larga. Los ajustes en la siembra es sólo la batalla a nivel superficial. El acceso a la tierra es el principal factor limitante para los inmigrantes cuya identidad se basa en la agricultura. Cuando un terreno está disponible, como en New Hope o en otras granjas comunitarias, el transporte es el siguiente obstáculo. Mucha gente no tiene permiso de conducir, debido a su situación legal o a su inexperiencia. En Guatemala y en gran parte de América Latina, las granjas y las comunidades están entrelazadas. En Guatemala, Magdalena se desplazaba fácilmente entre la escuela, su casa, la plaza del pueblo y la granja familiar. En los Estados Unidos, hemos deportado la producción de alimentos de nuestros barrios y de nuestra identidad.
La Diferencia
por Davíd
Si echas luchas por tus tierras,
y también la tierra da dinero…
Pero si tú estás dándole a la empresa,
pues,
estás creciendo la empresa.
Tú no estás creciendo.
Estás de abajo.
Pues, todos pueden subir de arriba.
Tienes que cultivar tu tierra tú mismo.
Es la diferencia.
The Difference
by Davíd
If you’re hustling for your land,
that land’s gonna make money…
But if you’re hustling for the boss,
like,
you’re growing his business.
You’re not growing.
You’re under him.
Like, everybody can get on top.
You gotta farm your land yourself.
That’s the difference.
Mary Moody me enseñó estos bosques cuando llegué por primera vez. Al anochecer, nos quedamos en el límite del bosque, donde una servidumbre de gas se une a un campo en barbecho en lo alto de una colina, escuchando a los mirlos alirrojos. Ese trino pomposo, acompañado de charreteras hinchadas, es el sistema de defensa fronteriza de los machos..
Más tarde, Mary me dice que no se considera la dueña de la granja New Hope. Aunque vive en ella e invita a los demás a cultivarla, no la comparte. Explique que se trata de un derecho, una pertinencia.
A Rightness
by Mary
It’s really great when
we’re here and there’s a, y’know,
(her eyes cast out)
a group of people in this field
and in that field,
and children on the swingset
and some people using the stove
to get a meal going that we’ll share.
There’s a rightness about that
that’s just incredible.
It goes beyond…
Well, it’s the spiritual nourishment
that, I believe, is so much greater.
Una Pertinencia
por Mary
Es bien bonito cuando
estamos aquí y hay, pues,
(sus ojos lanzan)
un grupo en este terreno,
y en ese terreno,
y los niños en el columpio
y algunas personas usando la estufa
para hacer una comida que vamos a compartir.
Hay una pertinencia sobre eso
que es totalmente increíble
Va más allá…
Pues, es el alimento espiritual
que, creo yo, es mucho más.
Abajo en el polvo. Yo molestaba un tchux (un guajolote, un pavo, un turkey) en el bosque por encima de New Hope. Enredadas masas de troncos podridos cruzaban el barranco del arroyo, un laberinto de senderos de ciervos bajo la cubierta de robles y álamos. No importaba qué ruta tomara, seguía invadiendo el territorio del tchux. En mi último paseo por el bosque, los dos perros de la granja estaban conmigo. Ellos persiguieron, y el velociraptor permaneció a pie. El nido debía de estar cerca, y el tchux esperaba alejarnos de los polluelos.
Vivo o cocido, me encanta el tchux. Es benigno y críptico, como el pájaro carpintero y el búho chillón, una ninfa antigua de los bosques de América. Me fascina la cara del tchux cubierta de furúnculos, su humilde pavoneo. A pesar de la violencia que subyace bajo el mito de nuestro día de Thanksgiving, el tchux sigue siendo un símbolo de generosidad y gratitud por esta tierra.
Cuando atrapé a los perros, las plumas volaban de sus dientes. Panza arriba, el tchux golpeaba con garras y pico. Agarré a un perro y tiré del pescuezo del otro. Mi cuerpo se tensó mientras ellos se retorcían debajo de mí, mi frente se apoyó en las hojas y la paja. El tchux envainó suavemente sus armas y se sentó a metro y medio de distancia, observándonos. Le devolví la mirada y sentí que algo se soltaba.
El tchux arañó mis pensamientos durante todo el día. Más tarde, esa misma noche, me vino a la mente el Salmo 44. Está concebido como un poema trágico. Entonces me pareció diferente.
Con tu mano echaste fuera a las naciones
y en su lugar estableciste a nuestros padres;
aplastaste a aquellos pueblos,
y a nuestros padres los hiciste prosperar.
¿Cómo justifico mi lugar en esta tierra? ¿Cómo lo hace cualquiera? En una tierra robada, mi corazón está perdido. ¿A qué antepasados honro?
No te hemos sido infieles,
ni nos hemos apartado de tu camino.
Pero tú nos arrojaste a una cueva de chacales;
¡nos envolviste en la más densa oscuridad!
¿Qué definiciones se pierden en la densa oscuridad? Los chacales no conocen fronteras, sólo olores y oportunidades. Son vagabundos, carroñeros.
Estamos abatidos hasta el polvo;
nuestro cuerpo se arrastra por el suelo.
Desde la caverna de piedra caliza, una invitación susurrada. En los ojos negros del pavo, una verdad manda. Busco lo que yace en esa oscuridad.
Copyright © 2023 por Grant Holub-Moorman
Grant Holub-Moorman
Grant Holub-Moorman es productor de medios de comunicación y educador creativo residente entre los ríos Haw y Eno, en Durham, Carolina del Norte, EE.UU. Su trabajo suele mezclar entrevistas, poesía y material de archivo para explorar los mitos económicos y ecológicos. Sus obras han sido presentadas en varios países por galerías, cooperativas de agricultores, bibliotecas públicas, museos de historia local y emisoras de radio públicas.